miércoles, 15 de febrero de 2017

Una bola de carne en la escena

Hay obras, que de tan malas, te dificultan el análisis, la disección. En estas, nunca sabes por dónde comenzar: se antojan como un gran animal de caza que cuelga de las patas traseras y pide inerte que lo desuelles con máxima precaución. Ahí, pues, están las ridículas pretensiones del director haciendo las de tripamenta; más abajo, el baboso entender de lo que es plantarse sobre la escena como dos largas y jugosas piernas que deben ser decoyunturadas con filo y precisión; acá la piel y cornamenta de la escenotecnia dislocada y, por todos lados, terminará regada la sangre del mismo sentido de hacer teatro.

En cambio, hay otras obras, de tan complejas, bien resueltas, tan vivas ellas, que invitan al pánico siquiera de posar la mirada sobre ellas. Corren vigorosas, magníficas, por los llanos de la escena. Palpitan con fuerza, enloquecen al mezquino cazador de comadrejas que es cualquiera que se asuma crítico y ponen a temblar el dedo en el gatillo, o el que tensa la cuerda del arco. Qué importa el arma, dedo al fin. Estas obras son las menos, pero ahí están. “Hay teatro vivo y teatro muerto”, dice siempre Fernando de Ita citando a Roberto Ciulli, y dice bien. Bola de carne, de Bernardo Gamboa, es pieza de caza mayor. Solo tocarla, pues, me parece irresponsable; pero hay que hacerlo, evitarlo sería ingrato, pues haberla vivido fue un regalo para este torpe cazador de maravillas. Vamos a ver si mi falta de pericia no termina partiéndole el hocico.

Comienzo por la ética. Asistimos a la caída de Occidente. O eso nos parece justo desde aquí. Vemos cómo se derrumba el país y suponemos por los noticiarios que el mismo Orden Occidental se está yendo a la mierda. Suponemos también, en medio de la caída, que la ética podría salvarnos del reatazo. Es decir, nos parece que detrás de todos los problemas están la corrupción, la ineptitud y violencia de nuestras clases política y empresarial, la inmediatez y gandallismo de nosotros acá abajo, y otros males de diferentes tamaños que bien podrían solucionarse si volviéramos a actuar de manera correcta. Todo se nos plantea, pues, como un dilema ético de lo más elemental: ser o no corrupto, ser o no gandalla, y así y así. Y este dilema ético se traduce, en tanto que ético, en una propuesta de acción civil: permitir o no hacer al corrupto, permitir o no hacer al gandalla, combatir o no la violencia con violencia.

Para Bernardo Gamboa y Micaela Gramajo somos todos, pero todos, unos ilusos optimistas si pensamos que la ética puede servirnos de algo: el mundo se está derrumbando y la ética es solo otra forma de expresión cultural, es decir, otra forma del ejercicio del poder.

La trama es sencilla, hasta planteada en la forma más elemental de teatro de tesis: se ubica ubicua en un mundo que lo mismo es aquí y ahora que el Imperio Romano que escucha horrorizado a las bárbaros tocar a la puerta. Aquí o allá, qué más da, un par de criados godos están enseñando a la hija del patrón el viejo arte de cazar cerdos. Y la violan. Apenas van a cazar al marrano cuando mejor deciden que lo correcto es cogerse a la hija del patrón. No me queda claro en este momento si también la matan pero eso no es lo importante, el crimen está hecho y debe ser castigado. Bizarro el mundo, bizarra su manera de entender la justicia, bizarros los oponentes, queda planteada la cosa judicial en un dilema ético: tú tienes todo el derecho, desde tu posición de poder, a juzgar y condenar mis actos, de la misma manera que yo tengo todo el derecho, asistido por la misma naturaleza de cometer el delito, es decir, tú me condenas porque puedes y yo me la cogí porque podía. Ergo, cualquier cosa que resuelvas te enredaría en una paradoja. Ergo, y peor, cualquier decisión que tomes pondría en crisis la ética y Roma de todos modos caerá.

No me avergüenza haber develado la trama porque Bola de carne está planteada muy lejos de la convencionalidad del drama de tesis. La historia como tal, corre como una muy corta columna vertebral de la que se desprenden largos y gratuitos miembros, escenas que a veces clavan su pezuña frontalizando al público con el discurso directo, otras alargan la trompa en escenas cotidianas más propias de un teatro íntimo y que se desbocan en juegos de argumentación, inteligencia y lenguaje.

Si la dramaturgia es fina e inteligente, la puesta en escena es vigorosa y carnal. Si la obra tratara sobre un estúpido gusano que busca a su mamá, aun así verla valdría la pena por las actuaciones de la Gramajo y Gamboa: ella solvente, él imponente, ambos bien vivos, llenando la escena como si de la actuación dependiera toda la obra.

La parte más horrible de mí no pudo dejar de pensar durante la obra en otros ejercicios similares, esos que ahora se venden caros a nuestra babosa burocracia teatral y llenan sabrosamente el ojo de ese público de hipsters atarantados que creamos con el pretexto de la renovación de la escena: teatro de ideas sin una sola idea, con muy poquito teatro. Hacer teatro de tesis no es fácil, pensar el mundo de manera inteligente y luego llevarlo a la escena se antoja a veces imposible: porque el seso es seso y el teatro es carne, pura maciza. Bola de carne, con toda su fuerza bruta, con toda la humedad sanguinolenta que supura, hace que parezca fácil.


Estrambote

Sé que a esta obra no le ha ido mal, tampoco ha sido el hit del año. Entiendo que su inteligencia y lucidez le puedan hasta parecer chocantes a este mundo estúpido. La misma paradoja que plantea la obra la victimiza: quien decidirá si Bola de carne es importante serán los ya citados público y burócratas teatrales. También nuestros teatreros. Y en tanto que todos ustedes ciudadanos, al fin cómplices de este derrumbe generalizado, cómo podrán entender el bello animal que se solaza frente a ustedes. Quede entonces Bola de carne como un registro de que alguien, por lo menos alguien (en este caso dos), supo (supieron) leer las catástrofes en medio del temblor: la catástrofe de la Occidente en general y la catástrofe de nuestro teatro mexicano en lo particular. Digo, sirva como registro si es que al final queda alguien para leerlo.

Segundo estrambote

Bola de carne se presentó en nuestro teatro La Caja (digo nuestro porque depende de la Compañía Titular de Teatro de la UV), acá en Xalapa, se presentó gracias a las malas artes de Luis Mario Moncada y gracias a esa disposición que siempre tienen los verdaderos teatreros de hacer teatro cualesquiera que sean las condiciones. La presentación de Bola de carne fue un vaso de agua fresca en medio de los calores que produce la actual sequía del teatro independiente xalapeño, porque algo pasa con el teatro independiente en Xalapa. En los últimos años, una generación de jóvenes y talentosos teatreros dio vida a nuestra escena independiente. Estos jóvenes crecieron: los que de verdad servían, se fueron, porque en Xalapa las condiciones para hacer teatro no son las mejores; quienes se quedaron aquí, pues por algo se quedaron aquí. Eso pasa, y es normal, pero uno suponía que detrás de este grupo vendrían los jóvenes a llenar el espacio y continuar con esa gran historia de teatro orillero que tiene ilustres referentes en gente como Paco Beverido y proyectos como aquellos talleres libres de La Caja. No veo a los jóvenes. Vamos, sí los veo, pero los veo haciendo trabajos escolares, sin sentido ni factura, dignos de cualquier otro puto rancho polvoriento. Para acabarla de joder, Martín Zapata, que se había quedado acá para sacar la casta, ahora anda muy orondo de sabático.



Allí el animal, acá las carnes, juzgue usted mi pericia con los cuchillos y la chaira.

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