jueves, 15 de septiembre de 2016

LUIS DE TAVIRA VS LA TEMIBLE CAMARILLA


Supongo que Luis de Tavira pensará, por todo lo que digo de él, que le tengo tirria, acaso me considere parte de esa camarilla malévola que está en su contra y, por ende, en contra de todo lo bueno del teatro nacional, en tanto él es su representante. Yo a Luis de Tavira lo conocí poco; de sus montajes, lo casi nada que vi en escena, y lo más que he visto en video, no tengo más queja que el despropósito absoluto. Me tocó, en mis años mozos, tomar algunas clases con él en los cursos de teatro escolar. Me pareció un hombre inteligente, con un gran arsenal de referentes listos para ser usados, modificados o de plano desechados según las necesidades de persuasión. En resumen, un sofista de nuestros tiempos. No hablo mal de él porque me caiga mal, hablo mal hasta de mi santa madre, y eso que lleva dos años bien muerta. Hablo mal de él porque soy mala persona, pero que yo sea mala persona no lo hace mejor a él.

Lo que pasa es que no entiendo a Luis de Tavira. No sé qué se propone. De ser un director de talento (no el más, pero lo tuvo), pasó a convertirse con los años en una caricatura de sí mismo. Una caricatura en trazos sólidos que no admite tonalidades. Obsesionado con el poder, carente de una propuesta estética que pueda tener el mínimo contacto con las nuevas generaciones, lo mismo unos  lo apoyan incondicionalmente (por lo general los más viejos, los más ingenuos), que otros (los más jóvenes y arriesgados), no le guardan el mínimo respeto. Incluso, quienes lo defienden como creador, difícilmente podrían dar un peso como ser humano por él. Por qué alguien con sus referentes y su cultura, prefirió, en vez de dejar un buen recuerdo de su persona en los libros, ese camino de intrigas y paranoia que lo dejan como el malo del cuento.

Lanzo aquí un reto: a cualquiera que me diga que Luis de Tavira todavía es capaz de aportar algo a la estética de nuestro teatro, a cualquiera que me lo diga lo reto a que lea un libro completo. Y sin mover los labios. La figura de Luis de Tavira se ha sostenido, desde que yo hago teatro, prácticamente a base de relacionarse con el poder y acaparar, al mero estilo jesuita (soldados de Dios, al fin), cuanto presupuesto le pongan cerquita de sus uñas. Luis de Tavira, por más que quieran inventarle dotes de pensador del teatro (con menos obra publicada que Amanda Miguel), por más que quieran sus defensores mostrarlo como el gran director de su generación (olvidando a Gurrola y Margules, poetas de la escena sin equivalentes), por más que quieran, lo único cierto es que la figura de Luis de Tavira queda en nuestra memoria, hoy por hoy, por el uso y abuso del poder que tuvo y todavía detenta en nuestro medio.

El caso del director David Hevia, muestra claramente cómo opera el “efecto Tavira”. Mientras hace unos años, Hevia afirmaba que el único mérito de Luis de Tavira había sido sobrevivir a Ludwik Margules y Juan José Gurrola, esta misma semana, para presentar a los medios el montaje que dirige para la Compañía Nacional, vimos a un Hevia, disfrazando con vehemencia su absoluta sumisión a su reciente patrón, y propuso que le laven con lejía la boca a Enrique Olmos. De alguna manera, sin proponérselo, en este nuevo affaire, Luis de Tavira y sus portavoces con su postura acaban enunciando lo que todos sabemos. Al referirse a Enrique Olmos de manera general (tanto él antes, como Hevia ahora), tipifica a todos aquellos que no le tienen el mínimo respeto como creador y no tiene miedo a ser golpeados por Tavira o su pandilla en la repartición de becas y fondos de producción federales, decisiones en las que, es bien sabido, esta gavilla de vieja escuela tiene la costumbre de meter las manos. Entonces, el perfil sociodemográfico y cultural de los detractores y posibles detractores de la presencia de Luis de Tavira en nuestro medio, podría inferirse por lo dicho por el director y sus secuaces, como jóvenes nacidos desde la década de los setenta, dedicados a hacer teatro, con todos los referentes culturales que implica en nuestros tiempos tener acceso a una computadora, que tienen un discurso bien elaborado y que consideran ridícula esa confusión que tiene Luis de Tavira entre lo grandioso y lo grandote (aquí hay que poner un crédito a Ibargüengoitia por el uso y paráfrasis). Si comparamos esto con la sociodemografía de quienes lo apoyan en el medio teatral (viejos, directores de rancho y advenedizos), queda claro que en diez años Luis de Tavira difícilmente va a poder seguir presentándose con la misma cara ante la clase política que le compraba y sigue comprando hasta muéganos hechos en casa.

La temible y malévola camarilla, de la que habla Luis de Tavira, queda definida, pues, como algo realmente grande, peligroso para él, y con mucho más futuro que sus adeptos.

Solo quiero terminar diciendo que sí tengo algo contra Luis de Tavira. Por su culpa, no confío nada en el papa Francisco. El papa me cae bien, quiero creer en todo lo que dice y hace, pero cuando me acuerdo que es jesuita, como lo fue y actúa Luis de Tavira, no le creo medio carajo al papa y se me va toda la confianza. Eso sí no lo perdono.


Anda muy tronadora la tarde, yo me debería guardar, en vez de andarme tan en descampado.

1 comentario:

  1. Gracias mi querido LEGOM. No es radiografía, es escaneo nítido del "cura satánico" ( en recuerdo de Carballido, que nos lo advirtió a su tiempo)

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