sábado, 30 de julio de 2016

El carácter en el drama como un lugar de encuentro entre el Ser y el Hacer del personaje


A algunos les gusta el Ser, a la mayoría el Hacer (el uso de mayúsculas es equivocado pero intencional). El asunto no es ni por mucho nuevo. En las conceptualizaciones sobre el personaje, el Ser siempre trajo las de perder sobre su Hacer. Aristóteles, la única forma que reconoce del personaje es el Hacer en su famoso pratton. Propp llega más o menos a lo mismo, aunque, contrario a lo que podría parecer, por motivos muy diferente a la mera lectura del Estagirita; para su descargo, al momento de entrarle al tema de fondo, primero se muestra dubitativo, para terminar evadiendo el bulto, lo que no le importó un rábano a su descendencia estructuralista que en general hizo cargada por el Hacer. Toda la teoría actancial de Greimás está enfocada en el Hacer, Barthes niega el personaje como constructo, como Ser, y solo en algún lugar y de paso muestra los mismos bandazos de Propp. De hecho, en general, todo Comunicaciones 8, cuando trata del personaje sigue el análisis y la taxonomía del Hacer. En estas tierras, Luz Aurora Pimentel, nuestra narratóloga por excelencia, sigue a Hamon en el reconocimiento del Ser como contraparte del hacer, pero como le interesan las focalizaciones (en tanto que narratóloga), se dedica más en los modelos de interpretación y acaso en proponer algunos modos de presentación de personemas (que no los llama tales).

En nuestro medio teatral, específicamente, el asunto es más grave. De maestro a alumno, por generaciones, se ha perpetuado el bulo que asegura sin dar muchas referencias, más allá de algunas traducciones a modo o de plano erróneas, que Aristóteles siempre puso la acción sobre el personaje, como si Aristóteles hubiera cometido la ingenuidad (que comete varias), de separar la acción del personaje. De hecho, al hablar sobre estructura del drama, casi siempre, sin mencionarlo, está hablando sobre la estructura del personaje y, como ya lo decíamos, solo nombra al personaje cuando lo descubre in fraganti, en el mero momento del Hacer.

Como esto no es una clase magistral, sino un pie de discusión, vamos a resumir siete ideas sobre el personaje en cuanto al Ser y al Hacer para comenzar a darnos de topes, a ver si les gustan:

11.  El Ser y el Hacer no son como polos diferenciados del personaje. Solo pasa que hay algo que vemos que está haciendo el personaje, de lo que sacamos inferencias, y hay cosas que ya damos por asentado del mismo.

2.2  Normalmente, un hacer que se repite tendemos a ubicarlo en el Ser del personaje (dicen: “eres lo que haces”, no “eres lo que hiciste hace diez minutos).

33.  El famoso carácter, el ethos que los legos acostumbran confundir con “personaje” cuando leen a Aristóteles, no es más que lo que leemos de un hacer que se repite (y de preferencia muestra gradaciones). No es, pues, solamente la manera como entra en conflicto. Más allá de que otros personajes apunten la soberbia de Edipo (lo que está sujeto a valores de verdad), el lector/espectador traduce las acciones repetidas y consistentes de Edipo como una lectura del Ser: Edipo es soberbio al grado de la ceguera, por ejemplo. Y esto es importante: el carácter, lo que llamamos el carácter del personaje, no es algo que se diga de él (sin quitar él mérito al Decir como una categoría del Hacer). El carácter es algo que nosotros leemos del personaje, que tenemos que interpretar por la repetición de sus haceres.

44.  Entonces, y esta es la idea a la que quería llegar, el carácter funciona como una bisagra entre el Ser y el Hacer del personaje: se muestra claramente en el Hacer del Aquí y ahora para que el lector termine depositándolo en la lectura del Ser, al lado de sus rasgos distintivos (Edipo tiene capacidades diferentes para caminar), o las enunciadas por haceres en su mundo narrado (es tan listo que venció a la esfinge).

55.  La clave de esta lectura la podemos encontrar en el tránsito del personaje: cuando Edipo ve destruido su Ser (todo lo que nos presentaron de él resultó falso o equivocado o ahí mismo vimos cómo se destruía), en ese momento el carácter de Edipo cambia diametralmente del soberbio ciego, al lúcido quejumbroso.

66.  El asunto completo tiene que ver con la mirada: te interesa el personaje como alguien que está para entrar al conflicto, como el ente de la acción, o te interesa verlo como una construcción. Más te vale, si eres dramaturgo, que te interesen las dos, porque el personaje es una estructura en movimiento. Es algo que construimos, rebasando los límites temporales del aquí y ahora, para llevarlo a otro lugar. Ahora, sí estás conmigo y te interesa como una construcción en movimiento, probablemente coincidamos con que el carácter es el vehículo del movimiento, con su doble función de describir al personaje (construirlo) y llevarlo a las antípodas, a destruirlo.

77.  Vamos a complicarla un poquito más: construir un personaje no es como construir un edificio, es como construir dos, un sobre otro, porque mediante lo que se narra construimos un vector fuera del aquí y ahora del presente continuo. Al menos en el drama cerrado hacemos eso. O dicho de otra manera: mediante lo que se dice del personaje construimos el edificio que vamos a destruir en el presente continuo, en “lo que está pasando”, lo que sucede en los límites temporales del relato, por ejemplo, la representación teatral.

Y tenemos una aseveración de regalo para los amantes de la teoría estructuralista:

88.  El modelo actancial es muy poco eficiente para entender al personaje como una construcción compleja y como un vector de movimiento, tiende a verlo más como algo estático y apela prácticamente a su función relacional sin entender las estructuras de antagonismo.













El nuevo gran escándalo en el teatro mexicano

El ambiente en la comunidad de dramaturgos está más que enrarecido. En dos meses pasamos por sendos escándalos armados desde la inmediatez de las redes sociales, escándalos que se trataron de disfrazar de peleas por la legalidad y que, al final y sin escarbar mucho, mostraron su naturaleza hipócrita y cargada de rencores.

Es verdad que la comunidad dramatúrgica, relacionada, mezclada y dependiente de la comunidad teatral, comparte con esta muchas de sus características, unas peores que otras, verbigracia: los dramaturgos, como los hacedores de teatro, tienden a leer muy poco y mal y se encandilan fácilmente con el aplauso fácil. A cambio, el medio teatral también comparte con los dramaturgos uno de sus rasgos más sobresalientes: el teatrero es, supongo que por la naturaleza colectiva de su trabajo, y su carácter de hacedor de espectáculos basados en el conflicto, sin duda la comunidad artística que participa más activamente en la protesta social. Si a alguien, ajeno a nuestras comunidades, le parece peligrosa esta mezcla de ignorancia y mecha corta, le quiero decir que el asunto no era grave hasta que los teatreros comenzaron a usar el féisbuc y el túiter. Ahí sí valió madres. Brotaron pandillas enteras de estultos semi alfabetizados que, confundiendo escenas, ahora levantan calaveras para entonar un contundente “ser o no ser” y se agrupan alrededor de algunas curiosas figuras, dos o tres de ellas con rasgos esquizoides, figuras que continuamente están lanzando manotazos rencorosos desde sus “publicaciones” y, con frecuencia, encuentran suficiente eco para pasar de lo ridículo del berrinche virtual, a lo destructivo de su eco en el mundo “real”.

La estupidez y el oportunismo llegan a tal grado, que apenas se había desmontado el último escándalo y quedaba más que demostrada la hipocresía de los denunciantes, cuando una figura más que menor del medio dramatúrgico, de la que no voy a mencionar ni las iniciales pues no merece ni ese mínimo honor, el sujeto de marras ya andaba queriendo embarcar a la comunidad en una cruzada personal contra los organizadores del Dramafest, y quería hacer pasar una problema personal por un asunto de interés público.


Lo único cierto es que después de cada escándalo que ha prosperado, la comunidad teatral completa, y la dramatúrgica en lo particular, han salido lastimadas y cada vez más rotas. No sé cuál sea el escándalo que sigue, bien decía Tulowitzki que nunca dejaría de maravillarse con la creatividad de los imbéciles. No imagino cuál sea el siguiente agarrón en nuestra comunidad ni de dónde venga, no atino decir si nacerá de un berrinche de Toño Zúñiga o de la sed de venganza de un grupo de alumnos reprobados (como lo que sucedió, no en el medio dramatúrgico, pero sí en el teatral, en Pachuca hace unos meses y que le jodió la vida a una maestra decente). Lo que sí puedo anticipar, es que las redes sociales, con su sed bárbara de sangre de congéneres, cada vez espacian menos un escándalo de otro. La curva natural tiene tres puntos clave: la armo de pedo, tengo eco y el linchamiento llega súbito y al hocico y, el tercero: se aclara el panorama y quedo como un pedero malaleche. Esta curva tiene un espacio entre una y otra, un entreolas, determinado por la sensación de “yo creo que ya se les olvidó”. El problema es que la memoria del medio parece cada vez más corta, y es menos el tiempo que tardan los animalitos en seguir presurosos e inmediatos el sonoro rugir del cañón. Y como Pedro y el lobo, son tantos los berrinches pendejos que logran brincar la virtualidad, que cuando brinquen problemas reales que ameriten la participación de la comunidad, no sabremos diferenciarlos y le bastará a un funcionario público con dar una palmadita en la espalda a los manifestantes, para desactivar la alarma y dejar que pasemos al siguiente tema, como hizo hace poco el Secretario de Turismo con una protesta de la comunidad, más que legítima y que desgraciadamente no logró reunir más convocatoria que los cuatro locos de siempre con sus pancartitas.